La mañana se presentaba incómoda, charcos, cristales y asfalto bajo mis pies. El cielo era gris, el tráfico ensordecedor. Los transeúntes caminaban con prisa como siempre empujándose unos a otros siguiendo el itinerario marcado. La tensión era palpable: caras graves, miradas esquivas, mareas humanas eran absorbidas por el metro y se apelotonaban como moscas en las marquesinas de autobuses para luego desaparecer en un instante como por arte de magia. Todo el mundo tenía prisa. El tiempo es la nueva religión. Ya no quedan momentos para grandes hazañas ni sueños utópicos. La gente ya no se detiene a hablar, no mira a la cara de frente, se dirige a toda velocidad hacia su punto de destino. Todos a toda velocidad buscando el goce instantáneo en los objetos y en cuerpos que consumimos como objetos.
Pero la ciudad nunca pierde la esperanza, de repente se ilumina y te sorprende. Te descubrí rápidamente entre el gentío que recorría las calles en todas direcciones. Sobresalías entre todos ellos por tu gran altura, tu elegancia natural, tu mirada era reservada pero también te percataste. Giraste hacia el parque y yo te seguí sin dudarlo. Nos sentamos en un banco y sin hablar me ofreciste un poco de tu sandwich. Tan solo unas palabras y unas gotas de lluvia nos empaparon de ganas y te invité a subir a mi casa.
Y besarnos, y arrancarnos la ropa, y mordernos la lengua, y devorarnos: fue todo uno. Pasamos una tarde inolvidable dejando pasar lentamente las horas por nuestros cuerpos desnudos hablando tonterías y riéndonos de nada. El tiempo se había suspendido.
1 comment:
Que bello.
Lo de la ciudad siempre me ha pasado, y fijate, siempre pienso exactamente lo mismo. Todo es tan mecanico, tan frio.
Bello, me gusto muchisimo.
Criss Cross
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