
El inglés George Passmore (1942) y el italiano Gilbert Proesch (1943) se conocieron en 1967 en la escuela de arte Saint Martin de Londres y desde entonces forman pareja tanto en su vida privada como artística. Viven desde hace 40 años en Spitafields, en el East End de Londres, llevan una vida metódica, cenan todos las noches en su restaurante turco favorito, y sólo salen de su barrio para ir a la inauguración de alguna exposición suya, y todas las navidades que van a una casa que tienen en Lisboa.

A finales de los sesenta conquistaron la escena internacional con un subversivo concepto de escultura. Sus esculturas vivientes, en las que ellos mismos posaban ante el público, fueron el primer paso de un largo viaje artístico en el que su propia vida se convierte en el objeto central de su arte. Fotografías relacionadas con su vida cotidiana en el East End, sus emociones, sus inquietudes, sus perversiones. Siguiendo la estela de Warhol, llegan un paso más allá, convirtiendo la exhibición y sobreexposición de su vida privada en un producto mercantil.
Pregunta.- ¿Dónde acaba la persona y empieza el artista?
George.- Somos una fusión, una combinación. Para nosotros, no hay separación entre arte y vida.
Gilbert.- Nuestra vida personal y la artística son indivisibles, todo es parte de nuestra obra, somos esculturas vivientes. Incluso cuando estamos esperando un autobús, la gente nos ve como una pieza de arte.
Dos personas, un solo artista. Este mes se ha inaugurado la mayor retrospectiva sobre el trabajo de Gilbert & George en la Tate Modern, que ellos mismos han definido como un gran triunfo.
En la exposición se recoge desde las primeras imágenes de ellos mismos elaboradas en carboncillo sobre papel hasta la última serie: seis paneles concebidos en homenaje a las víctimas de los atentados del 7-J en la capital británica.
En una primera etapa en blanco y negro plasmaron su afición a la bebida en los 60 y la soledad que sintieron al principio de habitar su espaciosa vivienda en Dusty Corners, 1975.
Se hicieron famosos en 1977 con Dirty Words Pictures, fotografías, posters y vídeos como en los que sólo se les veía fumar durante media hora. Sus creaciones empezaron a centrarse en el mundo urbano y a reflejar las tensiones sociales, como grafitis y pintadas de insultos.
La explosión de color llega en los 80, bajo el mandato de la primera ministra Margaret Thatcher, de quien abiertamente la pareja se confiesa admiradora. De esta época es Death hope life fear, 1984 que se considera una de las obras culminantes de su carrera. En los años 90 se dedicaron a retratar a atractivos jóvenes y a reflejar la enfermedad del sida, Bleeding, 1989, así como a explorar sus propios fluidos corporales, incorporando a sus trabajos semen, excrementos y orina.
Estos últimos años, Gilbert & George han adoptado las nuevas tecnologías digitales, y vuelven a volcarse en la ciudad y en su entorno, aunque sin olvidarse de sí mismos como fuente de inspiración.
P.- ¿Creen que un artista tiene que crearse una personalidad pública para ser reconocido y tener influencia en el arte moderno?
Gilbert.- Es lo que pretendimos en nuestros inicios al convertirnos en escultura viviente. Hicimos de nosotros el centro de nuestro arte, algo inusual en aquel momento. Ahora cada vez más artistas quieren hacer lo mismo.
George.- Nuestro sueño es que un día abramos el periódico y leamos: «Gilbert & George son unos artistas fantásticos».
Los artistas jóvenes nos preguntan «¿para qué luchar durante tantos años?».
Y yo les respondo: «Para crear imágenes, conseguir vuestro orgullo y vernos un día de pie en una exposición con un vino en la mano y rodeados de gente joven chupándonos por todas partes».