
Durante mucho tiempo viví en tierra de nadie,
una delgada línea fronteriza entre la existencia y la nada. Todo a mi alrededor se movía y se expresaba, las personas, los objetos, los acontecimientos, el sol y la luna, todo partía de un punto y llegaba a otro, todo respiraba, todo existía, excepto yo,
que no dudaba de nada, salvo de mí.
una delgada línea fronteriza entre la existencia y la nada. Todo a mi alrededor se movía y se expresaba, las personas, los objetos, los acontecimientos, el sol y la luna, todo partía de un punto y llegaba a otro, todo respiraba, todo existía, excepto yo,
que no dudaba de nada, salvo de mí.

-Preferiría que me regalaras un libro, o un plumier de madera...
-Escúchame, Malena. Ya me he dado cuenta de que no te hace mucha ilusión, pero sin embargo este diario te puede ser útil. Escribe en él. Escribe sobre las peores cosas que te pasen, esas tan horribles que no se las puedes contar a nadie, y escribe sobre las mejores, esas tan maravillosas que nadie las comprendería si se las contaras, y cuando sientas que no puedes más, que no vas a aguantar, que sólo te queda morirte o quemar la casa, no se lo digas a nadie, cuéntalo aquí y volverás a respirar antes de lo que te piensas, hazme caso.
-Escúchame, Malena. Ya me he dado cuenta de que no te hace mucha ilusión, pero sin embargo este diario te puede ser útil. Escribe en él. Escribe sobre las peores cosas que te pasen, esas tan horribles que no se las puedes contar a nadie, y escribe sobre las mejores, esas tan maravillosas que nadie las comprendería si se las contaras, y cuando sientas que no puedes más, que no vas a aguantar, que sólo te queda morirte o quemar la casa, no se lo digas a nadie, cuéntalo aquí y volverás a respirar antes de lo que te piensas, hazme caso.

...Estaba en el primer cajón del escritorio de Reina, y sin embargo era el mismo cuaderno, irreconocible de puro viejo, el lomo torcido, desprendido del resto, el fieltro desgastado en las esquinas dejando la armadura del cartón al aire, un diario de niño forrado de tela verde, como una chaqueta tirolesa con un diminuto bolsillo en una esquina...
Alargué la mano y lo toqué sin que ella se diera cuenta. Reconocí su tacto y lo saqué del cajón, y lo abrí al azar, para buscar después, por puro instinto, las páginas que escribí en los días de gloria. Empecé a leer y mis labios dibujaron la sonrisa de entonces, redonda y plena, el corazón me latía más aprisa, y mi piel protestaba, erizándose, por aquella gozosa agresión. Cerré los ojos y pude casi oler el olor de Fernando. Cuando los abrí de nuevo, tropecé con la primera anotación en boli rojo, unas palabras que no había escrito yo...
Había muchas más frases en rojo, acotaciones sarcásticas a mis propios escritos, tachaduras que incorporaban venenosos textos alternativos, signos de admiración en márgenes, interrogaciones y exclamaciones, carcajadas deletreadas con meticuloso cuidado, ja, ja, ja, y ja.
-¿Qué lees? -me preguntó mi hermana-. ¿Qué es eso?
Le di la espalda y seguí leyendo, hasta que una punzada de dolor, purísimo, una muerte abreviada y auténtica, me golpeó en el centro del pecho, y para soportarla me doblé hacia delante, y seguí leyendo, me seguí muriendo de aquella muerte seca que me mataba desde hacía tanto tiempo, y celebré cada zarpazo como una caricia, cada dentellada como un beso, cada herida como un triunfo, y seguí leyendo, y la boca se me llenó de un sabor tan amargo que espantó a mi propia lengua, el aliento atroz de lo podrido corroyendo mis dientes, royendo mis encías, descomponiendo mi carne, habría jurado que no estaba llorando aunque mi piel quemaba, y seguí leyendo.
-Pobre amor mío -me oí murmurar, mi voz enferma, mis labios desgarrados, mi alma agonizando, evaporándose casi-, si sólo tenías veinte años. Tú, que te creías tan mayor, y al final te engañaron como a un chino.
-¿Qué lees? -me preguntó mi hermana-. ¿Qué es eso?
Le di la espalda y seguí leyendo, hasta que una punzada de dolor, purísimo, una muerte abreviada y auténtica, me golpeó en el centro del pecho, y para soportarla me doblé hacia delante, y seguí leyendo, me seguí muriendo de aquella muerte seca que me mataba desde hacía tanto tiempo, y celebré cada zarpazo como una caricia, cada dentellada como un beso, cada herida como un triunfo, y seguí leyendo, y la boca se me llenó de un sabor tan amargo que espantó a mi propia lengua, el aliento atroz de lo podrido corroyendo mis dientes, royendo mis encías, descomponiendo mi carne, habría jurado que no estaba llorando aunque mi piel quemaba, y seguí leyendo.
-Pobre amor mío -me oí murmurar, mi voz enferma, mis labios desgarrados, mi alma agonizando, evaporándose casi-, si sólo tenías veinte años. Tú, que te creías tan mayor, y al final te engañaron como a un chino.
Para mí, es algo más que una novela.
Con Malena descubrí la rama de mi familia a la que pertenezco:
los raros.
Para mi hermano...
Las imágenes son de Tamara de Lempicka.
http://www.almudenagrandes.com/