Elías Querejeta ha fallecido justo dos días después del estreno de 15 años y un día, la última película de su hija Gracia dedicada a su memoria. Alguien irreemplazable en nuestra maltrecha cinematografía, que se ganó a pulso el calificativo de «El Productor», llegando en su caso a la categoría de Autor, porque no era habitual encontrar un productor que mimara tanto sus criaturas, participando en el guión de muchas de ellas, supervisando el montaje. Entre sus más de 50 producciones encontramos algunas de las películas más importantes de la Historia del cine español.
Con Saura formó una especie de matrimonio con muchos hijos exitosos. 13 películas juntos, y preparaban 33 días, que hace referencia al tiempo que tardó Picasso en pintar el “Guernica”, con Antonio Banderas y Gwyneth Paltrow. Entre ellas, Peppermint frappé, Ana y los lobos, La prima Angélica, Mamá cumple cien años, o Deprisa, deprisa, Oso de Oro en el Festival de Cine de Berlín. Y sobre todo, Cría cuervos.
2.— Cría Cuervos (Carlos Saura, 1976)
3.— El espíritu de la colmena (Víctor Erice, 1973)
En 1969 dio su primera oportunidad a Víctor Erice en el film colectivo Los desafíos, junto a Claudio Guerín y José Luis Egea, a quienes consideraba los alumnos más brillantes de la Escuela de Cinematografía. Juntos hacen dos de las películas más bellas del cine español: El espíritu de la colmena, Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián; y El Sur, que Querejeta da por terminada, harto de Erice, antes de empezar a rodar la segunda parte que transcurría en el Sur. Si en El espíritu deslumbraba la increíble mirada de Ana Torrent, El Sur supone el debut de Icíar Bollaín como actriz.
4.— El Sur (Víctor Erice, 1983)
5.— El desencanto (Jaime Chávarri, 1976)
Elías Querejeta apostó siempre por nuevos realizadores: Jorge Grau, Noche de verano; Ricardo Franco, Pascual Duarte; Emilio Martínez Lázaro, Las palabras de Max. Francisco Regueiro, Antton Eceiza, o Jaime Chávarri, con el que hizo la muy especial El desencanto, que contaba la decadencia de la familia Panero en los estertores del tardofranquismo.
6.— Tasio (Montxo Armendáriz, 1984)
Con Montxo Armendáriz, otro de los que declaran haberse podido dedicar al cine gracias a él, ha realizado cuatro películas: la sorprendente Tasio, sobre un carbonero navarro; 27 horas, con una jovencísima Maribel Verdú; Las cartas de Alou, Concha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián; y, la adaptación de la novela de José Ángel Mañas, Historias del Kronen.
7.— Familia (Fernando León de Aranoa, 1997)
Más recientes son los casos de Fernando León, que ganó el Goya al mejor director novel por Familia, otra producción Querejeta. Justo después llegó Barrio. Y Los lunes al sol, con el que se llevó el Goya a la mejor película como productor.
Por último, ha producido todas las películas de su hija, Gracia Querejeta, excepto la que acaba de estrenarse, que se la dedica a él: desde su ópera prima, Una estación de paso, hasta la multipremiada Siete mesas de billar francés. Pero mis favoritas de ella son: Héctor, grande Adriana Ozores, y El último viaje de Robert Rylands, rodada en inglés y basada libremente en Todas las almas de Javier Marías, a quien no gustó nada la adaptación de su novela.
El 14 de abril de 1931, España tuvo una oportunidad. La proclamación de la II República no fue un estallido espontáneo e irreflexivo de bajas pasiones, sino la culminación de un proyecto largo y bien estructurado, en el que se habían empeñado varias generaciones de progresistas españoles. Desde mediados del XIX, República era una palabra mágica, un sinónimo de términos como democracia, futuro o modernidad. Por esa razón, sus verdugos se apresuraron a desvincularla de su tradición por el procedimiento de identificarla con su trágico epílogo. Era una manipulación tan burda como todas las que cargan a las víctimas con las culpas de su desgracia, pero cuarenta años de dictadura trabajaron a su favor. Durante cuarenta años, la II República Española sólo tuvo un sinónimo: la Guerra Civil. Después, la inercia y el miedo colaboraron con eficacia en lo que llegó a parecer la consagración de una gran mentira. Pero el tiempo, esa magnitud esencialmente objetiva de la realidad que miden relojes y calendarios, actúa de otra manera cuando se proyecta en los procesos históricos. Así, el mes que viene, los demócratas españoles celebraremos el 75 aniversario de la proclamación de la II República en una marea de homenajes de toda naturaleza, porque esa fecha, que nunca ha estado tan lejos de nosotros, no ha estado nunca tan cerca.
La óptica es la ciencia de las paradojas. Mirar no es lo mismo que ver, y los que ven, que no son todos, a menudo distinguen mejor un horizonte lejano que una imagen inmediata. La dinámica de las generaciones, por su parte, produce un efecto similar. Al llegar a la edad adulta, los nietos se sienten más vinculados a sus abuelos que a sus padres en el delicado territorio de la identidad. En España, la historia reciente ha afilado los instintos paradójicos de la óptica y la genealogía para crear en este momento un escenario sentimental e ideológico que hace muy poco tiempo era impensable. ¿Qué está pasando ahora mismo? Tal vez tengamos que esperar a que nuestros nietos se hagan adultos y nos lo cuenten, porque desde el ojo del huracán no se puede percibir la magnitud del fenómeno, pero yo creo que ya se pueden apuntar algunas razones.
Esta primavera republicana encuentra a los herederos naturales de los españoles del 31 en un estado de ánimo muy sensible a las emociones. La cotidianidad política nos enfrenta cada día con una realidad que nuestros antepasados ya conocían: a la derecha no le interesa hacer política. Es un fenómeno antiguo y siniestro, que había permanecido semienterrado en los últimos tiempos por la novedad de los mecanismos democráticos, primero, y por los resultados electorales más tarde. Ahora, en una situación adversa, algunas declaraciones recuerdan demasiado a otras muy aptas para estimular la memoria. No se trata de responder a la crispación con más crispación, sino de comprender mejor la realidad en la que estamos inmersos.
Más allá de la irresponsabilidad y la deslealtad de esta actitud, es inevitable apreciar su influencia en la movilización ideológica de la sociedad española. Pero, en mi opinión, ésa no es la razón profunda del fenómeno que estamos viviendo. La clave está en nuestra propia sociedad, que no se parece, como es obvio, a la que instauró la II República, pero tampoco a la que impulsó la transición democrática en los setenta. Los nietos, biológicos o adoptivos, de los republicanos del 31 nos hemos hecho mayores. Somos la primera generación de españoles, en mucho tiempo, que no tiene miedo, y por eso hemos sido también los primeros que se han atrevido a mirar hacia atrás sin sentir el pánico de convertirse en estatuas de sal.
Lo que hemos encontrado allí, a nuestras espaldas, es algo más que una buena, vieja y apasionante historia. La II República se perfila en la nitidez que da la distancia como un ejemplo moral, un modelo de dignificación de la vida pública, un limpio ejercicio de la política entendida como el compromiso de guiar a un pueblo hacia su futuro. Sus valores resultan no sólo admirables en la lejanía, sino imprescindibles en nuestra realidad actual. El debate político de hoy mismo gira alrededor de algunos conceptos, como el laicismo, la defensa de los espacios públicos, el modelo de Estado, la perspectiva federal, el impulso de la investigación científica o la promoción de la mujer, que centraron el debate republicano. Han pasado 7578 años, pero esa cifra no mide el estancamiento, sino el retroceso. El vínculo que establecen los nietos con sus abuelos en el terreno de la identidad, se concreta, aquí y ahora, en una reivindicación que no tiene tanto que ver con la memoria del pasado como con la que nosotros mismos legaremos a nuestros descendientes.
Pero España no es un país fácil, nunca lo ha sido. Por eso, esta progresiva toma de conciencia, que fue sumando reconocimientos individuales antes de articularse en un movimiento social que se ha anticipado a partidos e instituciones, provocó una reacción tan fulminante que puede crear el espejismo de un proceso inverso. Yo creo que los nuevos manipuladores son una respuesta, no un desafío original. Si los herederos del espíritu del 31 no se hubieran empeñado en devolverle la memoria a este país, el feroz revisionismo neoconservador que padecemos de un tiempo a esta parte, quizá no habría llegado a florecer.
Hace unos meses, Julián Casanova alertó desde estas mismas páginas contra los efectos del desprecio con el que la Historia académica paga los exabruptos de estos nuevos agitadores. Tenía toda la razón. Tenía tanta razón, que corremos el riesgo de que los póstumos publicistas del franquismo, sin lograr su objetivo principal -atribuir al régimen republicano la responsabilidad de la Guerra Civil-, se alcen con un intolerable premio de consolación. Contra la amenaza del radicalismo, parece pensarse, la vacuna de la moderación. Y en nombre de conceptos tan elevados como la generosidad, la convivencia, o la objetividad, se va configurando una corriente de opinión que intenta imponer la ley del cincuenta por ciento -todos tenían sus razones, luego ninguno tenía la razón- como norma suprema de la corrección política. Sus defensores adoptan el papel de hombres justos por soberbia o por ingenuidad, bien porque se sitúen a sí mismos por encima de las miserias del género humano o porque sigan creyendo en la virtud de las sentencias de Salomón. Frente a unos y otros, conviene recordar que la defensa incondicional de la legitimidad democrática no es una posición radical, sino un sereno gesto de equilibrio. La razón última de este aniversario consiste en fijar de un vez algo tan obvio en la conciencia colectiva de los españoles.
La II República fue una obra imperfecta, afirman sus detractores, y es cierto. Todas las obras humanas son imperfectas, pero la II República, sobre los obstáculos que tuvo que vencer y los errores que pudo cometer, fue también la gran oportunidad de este país. Ya es hora de reconocerlo. España no puede seguir viviendo siempre como si aquí nunca hubiera pasado nada, no puede afrontar la modernidad actual sin contemplarse en la modernidad pasada, no puede presentarse como un Estado justo y democrático sin hacer justicia a su tradición democrática. Ése es el sentido de un aniversario que no tiene que ver con el eterno lamento de un sueño perdido, sino con la esperanza de un país mejor.
Ellos no pudieron lograrlo, pero no estaban solos, porque nosotros estamos aquí. No lo perdieron todo, porque nosotros estamos aquí. No lucharon en vano, porque nosotros estamos aquí.
Decíamos ayer... Y es que cada 14 de abril, como siempre -a partir de ahora-, y sin tarjeta, este blog se tornará violeta. Hace tres años, con motivo del 75 aniversario de la proclamación de la II República española, un colectivo de personas vinculadas al mundo de la cultura crearon Memoria del futuro, y redactaron el Manifiesto: “Con orgullo, con modestia y con gratitud”, con el fin de homenajear a los hombres y mujeres protagonistas de aquel glorioso período histórico, y 'dar a conocer a un público más amplio lo que hizo una generación de españoles a favor de la Historia y el futuro de su país'. Os dejo un enlace al texto completo, pero he querido seleccionar éste de la escritora Almudena Grandes, integrante activo del colectivo, publicado unas semanas antes sin ese tono tan grave de Manifiesto: porque lo suscribo hasta la última coma, y cuenta muchísimo mejor que yo un par de cositas que aún quería decir sobre nuestra República.
rumba la rumba la rumb... pero igual que combatimos, rumba la rumba la rumba... prometemos resistir. ¡Ay Carmela, Ay Carmela!
"El 14 de abril de 1931, España tuvo una oportunidad. La proclamación de la II República Españolaencarnó el sueño de un país capaz de ser mejor que sí mismo, y reunió en un solo esfuerzo a los españoles que aspiraban a un porvenir de democracia y de modernidad, de libertad y de justicia, de educación y de progreso, de igualdad y de derechos universales para todos sus conciudadanos. Hoy, setenta y cinco años después, los firmantes de este manifiesto evocamos aquel espíritu con orgullo, con modestia y con gratitud, y reivindicamos como propios los valores del republicanismo español, que siguen vigentes como símbolos de un país mejor, más libre y más justo... ...agradecer la ambición, el coraje, el talento y la entrega de una generación de españoles que creyó en nosotros al creer en el futuro de su país. Reivindicar su memoria es creer en nuestro propio futuro, que será proporcionalmente mejor, más libre, más justo, más feliz, en la medida en que seamos capaces de estar a la altura de la tradición republicana que hemos heredado. Por una España verdaderamente moderna, laica, culta, igualitaria, por su definitiva normalización democrática, y por el progreso armónico del bienestar de todos sus ciudadanos, hoy, setenta y cinco años después, queremos celebrar el 14 de abril de 1931, y proponer que esta fecha se celebre en lo sucesivo como un reconocimiento oficial a todos los ciudadanos españoles que lucharon activamente por la libertad, la justicia y la igualdad, valores comunes que tienen que seguir orientando la construcción democrática de la sociedad española".
(o si lo preferís, el síndrome de algunos por La escopeta nacional). La caza ha sido vista muchas veces como una alegoría de la violencia, y, en el cine español del tardofranquismo, una metáfora de la Guerra Civil, como sucede en Furtivos, y particularmente en este texto. En El perro de Antonio Isasi, ya en 1976, se sustituye directamente -sin simbolismos- la caza del animal por la caza del hombre. Aquí, por el contrario, Carlos Saura elige la caza del conejo, uno de los animales más débiles e incapaz de defenderse, para contar más sutilmente la historia de estos tres viejos amigos que se reúnen una tarde de verano en una cacería. El lugar es el coto privado de José (Luis Merlo), -si hubiera sido de Paco (interpretado -además- por Alfredo Mayo) el simbolismo habría sido muy peligroso para los años 60-, un desértico paraje castellano que les trae muchos recuerdos, puesto que hace años lucharon allí mismo, donde las huellas de la guerra permanecen aún visibles. Les acompaña el cuñado de uno de ellos (un jovencísimo Emilio Gutiérrez Caba), para quien supone su "bautismo de fuego" en una cacería, que asiste como mero espectador a la tensión que surge entre los tres veteranos de guerra al intentar resolver sus problemas, problemas anclados en el pasado que hacen que en una tranquila jornada de caza afloren cuentas pendientes y estalle toda la violencia acumulada entre los tres. La tragedia se completa con el guarda de la finca, que en una lectura política del film simboliza a la clase trabajadora, y su sobrina que, junto al joven veinteañero, pertenece a la generación que no hizo la guerra (que pudo escapar -por edad- de la carnicería). Se hace alguna referencia a un hipotético futuro, como las novelas de ciencia-ficción que lee Luis (Jose Mª Prada), obsesionado con las guerras espaciales, pero quizá esta idea no esté tan lograda.
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Somos los libros que hemos leído, las películas que hemos visto, las canciones que amamos. Somos nuestros amigos y nuestros maestros. Los viajes que hicimos y los amores que tuvimos. Somos en un espacio y en un tiempo.....
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