Un día aprovechando que un resfriado leve me había impedido ir a la escuela, cogí unos cuantos volúmenes de reproducciones de obras de arte que mi padre había traído como recuerdo de sus viajes por tierras extranjeras, y los llevé a mi dormitorio, donde las examiné atentamente.(...)
Fue la primera vez que vi esos libros. Mi tacaño padre, llevado por el temor de que unas manos infantiles tocaran y mancharan los grabados, y temiendo asimismo -¡y cuán erróneamente!- que me sintiera atraído por las mujeres desnudas, había mantenido aquellos libros ocultos en los más profundos rincones de una alacena. (...)
Comencé abriendo un volumen por una de sus últimas páginas. Y de repente ante mi vista apareció, en un ángulo de la página siguiente, un cuadro que me causó la ineludible impresión de que había estado allí, esperándome, para que yo lo viera.
Era una reproducción del San Sebastián de Guido Reni que se encuentra en la colección del Palazzo Rosso de Génova.
Fue la primera vez que vi esos libros. Mi tacaño padre, llevado por el temor de que unas manos infantiles tocaran y mancharan los grabados, y temiendo asimismo -¡y cuán erróneamente!- que me sintiera atraído por las mujeres desnudas, había mantenido aquellos libros ocultos en los más profundos rincones de una alacena. (...)
Comencé abriendo un volumen por una de sus últimas páginas. Y de repente ante mi vista apareció, en un ángulo de la página siguiente, un cuadro que me causó la ineludible impresión de que había estado allí, esperándome, para que yo lo viera.
Era una reproducción del San Sebastián de Guido Reni que se encuentra en la colección del Palazzo Rosso de Génova.
El negro y levemente inclinado tronco del árbol de la ejecución destacaba sobre un fondo a lo Tiziano, formado por un bosque melancólico y un cielo sombrío y distante. Un joven de notable belleza estaba, desnudo, atado al tronco del árbol. Tenía las manos cruzadas en alto, por encima de la cabeza, y las cuerdas que le ceñían las muñecas estaban a su vez atadas al árbol. No se veían más ligaduras, y la desnudez del joven sólo la paliaba un burdo paño blanco, flojamente anudado a la altura de las ingles.(...) En el cuerpo del joven -que recordaba el de Antínoo, el amado de Adriano, cuya belleza tantas veces ha inmortalizado la escultura- no se veían rastros del duro vivir o de la decrepitud que en tantas representaciones de santos se ven. Contrariamente, en aquel cuerpo sólo había juventud primaveral, luz, belleza y placer.
Su blanca e incomparable desnudez resplandece sobre el fondo crepuscular. Sus brazos musculosos, brazos de guardia pretoriano acostumbrados a tensar el arco y a blandir la espada, están alzados en grácil ángulo, y sus muñecas atadas se cruzan inmediatamente encima de la cabeza. Tiene la cabeza levemente alzada y los ojos abiertos de par en par, contemplando con profunda tranquilidad la gloria de los cielos. No es dolor lo que emana de su terso pecho, de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de melancólico placer, como el que produce la música. Si no fuera por las flechas con la punta profundamente hundida en el sobaco izquierdo y en el costado derecho, parecería un atleta romano descansando de su fatiga, apoyado en un oscuro árbol de un jardín.
Las flechas se han hundido en la carne tersa, fragante y juvenil, y pronto consumirán el cuerpo, desde dentro, con llamas de supremo dolor y éxtasis. Pero la sangre no mana, y no hay aún la multitud de flechas que se ven en otras representaciones del martirio de san Sebastián. Esas dos solitarias flechas proyectan sus calmas y gráciles sombras en la tersura de su piel, como las sombras de una rama en una escalinata de mármol. Pero todas estas observaciones e interpretaciones son posteriores.
Su blanca e incomparable desnudez resplandece sobre el fondo crepuscular. Sus brazos musculosos, brazos de guardia pretoriano acostumbrados a tensar el arco y a blandir la espada, están alzados en grácil ángulo, y sus muñecas atadas se cruzan inmediatamente encima de la cabeza. Tiene la cabeza levemente alzada y los ojos abiertos de par en par, contemplando con profunda tranquilidad la gloria de los cielos. No es dolor lo que emana de su terso pecho, de su tenso abdomen, de sus caderas levemente inclinadas, sino una llama de melancólico placer, como el que produce la música. Si no fuera por las flechas con la punta profundamente hundida en el sobaco izquierdo y en el costado derecho, parecería un atleta romano descansando de su fatiga, apoyado en un oscuro árbol de un jardín.
Las flechas se han hundido en la carne tersa, fragante y juvenil, y pronto consumirán el cuerpo, desde dentro, con llamas de supremo dolor y éxtasis. Pero la sangre no mana, y no hay aún la multitud de flechas que se ven en otras representaciones del martirio de san Sebastián. Esas dos solitarias flechas proyectan sus calmas y gráciles sombras en la tersura de su piel, como las sombras de una rama en una escalinata de mármol. Pero todas estas observaciones e interpretaciones son posteriores.
Aquel día, en el instante en que mi vista se posó en el cuadro, todo mi ser se estremeció de pagano goce. Se me levantó la sangre y se me hincharon las ingles como impulsadas por la ira. Aquella parte monstruosa de mi ser que estaba a punto de estallar esperó que la utilizara, con un ardor sin precedentes, acusándome por mi ignorancia, jadeando indignada. Mis manos, de forma totalmente inconsciente, iniciaron unos movimientos que nadie les había enseñado. Sentí que algo secreto y radiante se elevaba, con paso rápido, para atacarme desde dentro de mí. De repente estalló y trajo consigo una cegadora embriaguez...
Pasó cierto tiempo y, luego sintiéndome desdichado, miré alrededor de la mesa escritorio tras la que me hallaba. Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre mis libros escolares y mis apuntes, sobre el diccionario, sobre el cuadro de san Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente, mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara.
Esa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi “vicio”.
Pasó cierto tiempo y, luego sintiéndome desdichado, miré alrededor de la mesa escritorio tras la que me hallaba. Un arce que crecía junto a la ventana proyectaba sobre todas las cosas un resplandeciente reflejo, lo proyectaba sobre un tintero, sobre mis libros escolares y mis apuntes, sobre el diccionario, sobre el cuadro de san Sebastián. Había salpicaduras blancas como las nubes en todas partes, en el título de letras doradas de un libro de texto, en el cuello del tintero, en un ángulo del diccionario. En algunos objetos las salpicaduras resbalaban perezosamente, con plúmbea pesadez, en otros lanzaban un brillo mate, como los ojos del pescado. Afortunadamente, mi mano, en movimiento reflejo, protegió el cuadro, evitando que el libro se manchara.
Esa fue mi primera eyaculación. Y también fue el principio, torpe y totalmente imprevisto, de mi “vicio”.
Yukio Mishima
16 comments:
Dios mío, has citado las páginas esenciales de Confesiones de una máscara, que definen lo que será no solo la vida sino la muerte de Yukio Mishima: su obsesión por el placer en el dolor. Obsesión que también se traducirá en sus viajes por el olor del sudor, el olor de la mierda, la sangre, la disciplina atlética militar donde terminan de vaciarse el temor y la timidez de aquel escritor otrora un tímido, flaco y diminuto niño de las primeras páginas de su biografía, el niño que se disfraza de geisha, el niño que ve pasar a los soldados sudados de sus prácticas, aquel vaciado niño tímido en el adulto joven ahogado en el perfume seductor de su propia imagen fantaseando con la destrucción final de Tokyo o en aquel torso muscular desgarrado por una navaja en la trifulca, en una escena de la posguerra, que transcurre en algún bar de la ocupada capital del Imperio.
LARGA VIDA A YUKIO MISHIMA!!!!!
Por otro lado está la deliciosa obsesión que Mishima adquirió en su edad adulta por su físico. Esas fotos suyas como samurai, con las espadas, tan salvajes, tan dolorosas, son bellísimas. El dolor de trabajar el físico, el dolor del placer. Me hace pensar en los videos de muscle worshipping que abundan hoy día en el mercado porno gay.
De Mishima sólo he leído el pabellón de oro, y me llama la atención su fascinación por la belleza, que de una u otra forma todos sufrimos y padecemos, pero pongo este libro en la lista de "pendientes". 1 abrazo
Si, yo para se sincero no he tenido la oportunidad de leer nada de Mishima pero en cuanto pueda lo hare empezando por "confesiones de una mascara".
Ten un buen dia.
David.
Kimitake Hiraoka conocido como Yukio Mishima, moría el 25 de noviembre de 1970 suicidandose a la manera tradicional mediante el harakiri,¿Qué pudo llevarle a esta decisión?
Mishima un hombre en la cumbre de la fama lo tenía todo, dinero, prestigio y ua aparente felicidad, pero él era en recipiente más puro de la tradición, él era y aún hoy en día sigue siendo el frasco de las esencias del alma japonesa, heredero de tradiciones milenarias, las cuales veía corromperse ante la imparable occidentalización de su tierra, Yukio representa el espíritu samuray incorrupto y limpio, lleno de amor por su patria y por su emperador, y que asumía la muerte como la terminación natural de la vida de un hombre.
Nadie mejor que el propio Yukio para expresar ese sentimiento en un ensayo de 1967.
"El hombre de acción está destinado a soportar un largo periodo de esfuerzo y concentración, hasta rematar a último momento su vida con una acción final: morir...sea de muetre natural o haciendose el harakiri".
Su muerte fue al fin de cuentas el colofón lógico a una vida desbordada y llena de pasión, en la máxima exaltación de su visión tradicional de japón, su amor al emperador y su devoción a la juventud.
tengo entendido que se hizo el "seppuku"(para un samurai decir "hara-kiri" es algo despectivo tras intentar un golpe de estado, y que al no conseguir tampoco darse muerte le pidió a uno de sus secuaces que le cortara la cabeza...
Así es, es dramático el discurso que se avienta antes de suicidarse, en el palco de aquella base militar (o escuela militar, algo así)... la raza lo abucheaba, le gritaba de cosas, lo acusaban de loco... Su última foto vivo es él mismo, postrado ante la plebe, con un gesto elocuentísimo: "No se puede con estos cabrones"; "Ya ni pedo..."; "Al diablo con estos...". No sé, son muchas frases las que podríamos poner ahí.
Luego vendría su muerte: tengo entendido que el chico que estaba destinado a decapitarlo no lo logró al primer espadazo, así que entró otro a escena para hacer el corte con más finura. Tengo entendido que el primero había sido su amante; al menos, eso se rumoraba.
Libro imprescindible y arrebatador, de un autor para el que siento desprecio a novel personal. Una muestra más de que telento y personalidad no tienen por qué ir de la mano... Admirador profundo de todo lo que escribió, y fue precísamente un párrafo de este libro el que me enganchó para siempre a él. Uno en el que describe cuando de niño sintió de repente la atracción y el deseo hacia un porteador de agua semidesnudo por la calle... Es que pensé que tenía el libro por aquí para copiarlo, pero creo que está en casa de mis padres... Bueno, quien lo haya leído creo que lo recordará.
De nuevo una elección excelente... gracias, y un beso
...como soy más inculto que un burro atado a un palo, no había oido hablar de Yukio Mishima hasta este momento (o como se suele decir, si le he visto no me acuerdo), ahora tengo una cosilla pendiente más en mi agenda de "temas-interesantes-en-los-que indagar". Por un momento pensé que era un post autobiográfico, jeje, ya leyendo los comentarios me he puesto al día, tranqui.
Un abrazo.
gracias a todos por vuestras interesantes aportaciones, y me encanta el debate que ha provocado. yo llegué al mito de Mishima antes que a su obra, la película de Paul Schraeder, las fotos como samurai, con las espadas, tan salvajes, tan dolorosas, tan bellísimas. y así como la novela es maravillosa, a mí también me parece que se le fue la olla, puede que por sus contradicciones internas, sus complejos físicos, su idea del honor o la manera de entender el Imperio...
herr boigen, a mí me gusta cuando tiene una erección al ver el sobaco de su compañero Omi. y para vulcano lover le escribo un fragmento del porteador de inmundicias nocturnas para que no necesite ir a casa de sus padres.
...Quien bajaba hacia nosotros era un hombre joven, de hermosas y coloradas mejillas y ojos resplandecientes, con una sucia tira de tela alrededor de la cabeza para contener el sudor. Bajaba, llevando sobre un hombro una larga pieza de madera de la que pendían cubos de inmundica nocturna, (...)Llevaba pantalones de algodón, azules y muy ceñidos.
El examen a que sometí a aquel joven fue insólitamente minucioso para un niño de cuatro años. A pesar de que entonces no me di clara cuenta de ello, aquel muchacho representó para mí la primera revelación de cierto poder, la primera llamada, a mí dirigida, por una voz extraña y secreta. Es revelador que esta llamada se expresara, por vez primera, con la forma de un porteador de inmundicias nocturnas. El excremento simboliza la tierra, y no cabe duda de que fue el malévolo amor de la madre tierra lo que me tentó.
Tuve el presentimiento de que en este mundo se da un deseo de tal especie que es como un punzante dolor. Al levantar l vista y mirar a aquel sucio muchacho me sentí ahogado por el deseo, pensando: "Quiero cambiarme por él"; pensando: "Quiero ser él". Recuerdo claramente que mi deseo se centraba en dos puntos principales. El primero de ellos eran los ceñidos pantalones azules, y el segundo era el trabajo del muchacho. Los ceñidos pantalones destacaban claramente las líneas de la parte inferior de su cuerpo, que avanzaba con suave agilidad y parecía dirigirse directamente hacia mí. En mi interior nació una inexplicable adoración hacia aquellos pantalones. No comprendía por qué.
...Quiero decir que sentía hacia el trabajo de aquel hombre algo parecido al deseo de experimentar un dolor penetrante, una pena que atormentara el cuerpo. La ocupación de aquel muchacho me produjo una sensación de 'tragedia' en el sentido más sensual de esta palabra. Cierta sensación parecida a la de 'abnegación', cierta sensación de indiferencia, cierta sensación de intimidad con el peligro, una sensación semejante a la de la mezcla entre la nada y el poderío vital; todas esas sensaciones emanaban tumultuosamente de la función de aquel muchacho y quedé en ellas sepultado, quedé apresado en ellas a la edad de cuatro años...
Ufffff (donde dije agua digo inmundicia) Joder con el Mishima.
Gracias, amiguito.
BEsos.
estupendo senses. bellísimo. gracias.
orale este post tambien esta genial, de que libro esta extraido??
yo no he agarrado nada del yukio, solo partes y como que no se me ha hecho leerl los libros que aki tengo de el pero ya mañana cargo uno.
gracias carnal!
bueno... yo he leido "sed de amor" y "caballos desbocados" que por extraña razón estaban en casa, sobre decir que el mio no es hogar de lectores, pero no he leido "confesiones..." de su vida si había leido algunas cosas más... pero ahora, con el texto que has puesto me daré a la tarea de buscar ese libro... saludos...
ya bajé rolas de Nina Simone, gracias también...
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