El landismo no ha muerto, se ha quedado a vivir para siempre entre nosotros
Fueron, sí, los años del landismo.
A veces ocurre que un actor escapa
a la calificación profesional para
trascender hacia un arquetipo social:
James Dean respecto de la juventud
americana de los 50.
Yves Montand respecto del gauchisme
francés. ...Y así.
Landismo.— es la manera singular y original de ocupar un lugar en la España de los 60/ 70's, donde no había lugar para nadie. Es la españolía media y masculina, conjunto de gente bajita y reprimida, que no tenían gran interés ni como conjunto ni como gente, salvo en el cine —desde Masó a Dibildos, pasando (si es imprescindible) por la tercera vía—, metaforizada por un gran actor navarrico y feo, Alfredo Landa. Y, finalmente, reflejar, mediante todo eso, una realidad social que se les escapaba a los sociólogos. Sí, el landismo éramos nosotros.
El landismo, desocupado lector, era ir en la vespa de un amigo a ligar a los bares bolera. El landismo era tener un niki de diario y otro para los domingos. El landismo era ser ayudante de un cirujano callista y hacerse llamar podólogo. El landismo era creer que todas las mujeres son huidizas por naturaleza -cuando viene a ser al contrario-, y que los calzoncillos de guardameta de los años treinta las erotizan mucho. El landismo era creerse chiquito, pero no matón. El landismo era luchar día a día contra el medio, sin plantearse nunca el problema total, histórico, mitológico, de la adversidad del medio. El landismo era ir a ver películas de Alfredo Landa y no reconocerse en ellas, o resolver la catarsis en risa, "como expresión de lo reprimido": para eso estaba ahí Alfredo Landa, para reunir en sí todas las frustraciones nacionales, generacionales, todas nuestras frustraciones, salvándonos a nosotros de ellas, así, durante hora y media de película y cachondeo.
El landismo era usar camiseta en toda época del año, estar enamorado de Mirta Miller o de alguna otra latinoché pionera, o de María Luisa San José; el landismo era que María Luisa San José se fugase con Pepe Sacristán hacia un horizonte de inmobiliarias y cómodos plazos, mientras uno se quedaba tomando copas con el vecino más solitario de la calle; el landismo era un querer abrirse paso a pie, a codazos, en vespino, como fuese; el landismo se hace adulto con Summers y se politiza con Bardem. El landismo, en fin, éramos nosotros.
Francisco Umbral
http://elpais.com/diario/1984/06/18/opinion/456357614_850215.html
Manolo la Nuit (Mariano Ozores, 1973)
—El landismo consistía en salir mucho en calzoncillos persiguiendo señoritas.
Alfredo Landa
El puente (Juan Antonio Bardem, 1977)
El Crack (José Luis Garci, 1981)
El bosque animado (José Luis Cuerda, 1987)
La luz prodigiosa (Miguel Hermoso, 2003)
El Quijote de Miguel de Cervantes
(Manuel Gutiérrez Aragón, 1991)
Los santos inocentes (Mario Camus, 1984)
Alfredo Landa logró algo tan excepcional durante una larga época como convertir su trabajo y la personalidad de los personajes que habitaban ese cine en un identificable género. También en un terreno sabroso para la sociología. Desde la compartida oscuridad de los cines las risas y las carcajadas confirmaban la plena identificación del pueblo llano con las aventuras y desventuras, el hambre de sexo y de afirmación, los traumas y los anhelos de aquel señor bajito e histriónico, gesticulante y verborreico, peleón y gimoteante, paleto y excesivo, voyeur patético, caricaturesco y compadecible, que Landa transformó en un símbolo. Y aunque la estética y el mensaje de este cine sin sentido del ridículo fueran cochambrosos, él hacía modélicamente su trabajo, sin permitirse jamás el relajamiento, comiéndose la pantalla y a los que tuvieran que darle la réplica, derrochando gracejo, en posesión permanente de esa cosa tan necesaria llamada ritmo, clavando los diálogos, las miradas, los gestos y los movimientos. Por mi parte, no siento la menor añoranza del landismo, del cutrerío de aquellas comedias tan satisfechamente subdesarrolladas, del aroma a tantas cosas execrables, tópicos vergonzantes y actitudes rancias de aquel país indeseable, pero negar la eficacia, el talento y la profesionalidad del protagonista más destacado de aquel cine sería tan injusto como idiota.
(...) Pero hay un papel de Landa que seguirá conmoviendo a perpetuidad a todo tipo de espectadores. Se lo ofreció Mario Camus en esa película terrible y magistral titulada Los santos inocentes, una de las incuestionables obras maestras que ha dado el cine español, y Landa le devolvió el regalo con una interpretación memorable. Recordar o volver a visitar a su Paco el Bajo, a ese campesino permanentemente explotado y humillado, resignado a la desolación, inocente ancestralmente en su servilismo, infatigable y perruno rastreador de las piezas que caza su brutal señorito, víctima muda, cojitranco y expresando con sobriedad y sabiduría mediante sus ojos y su gestualidad los sentimientos más variados, provoca siempre el escalofrío, la piedad, la indignación moral.
Carlos Boyero, El País.com
http://cultura.elpais.com/cultura/2013/05/09/actualidad/1368129309_977586.html